Rojo amanecía allá por la llanura del campo, entre verdes y azulados una luz gigantesca deslumbraba cada filo de hoja, o las espigas que rodeaban los cultivos.
¡Es un cielo distinto! –Exclamé-, hablando de aquella alegría iba comiéndome los ojos uno por uno, no me alcanzaban para la inmensidad que sucedía.
Esa imagen recorrida por la oscuridad de cuando cerramos párpados –que como cortinas se cierran y enfurecen de negrura- me da una especie de extrañeza hoy en día, y como no creo en la nostalgia, solamente aparece donde quiero, frente a mí, desterrado de esa imagen, solo puedo desde afuera, contemplarla. La siento mía, es distinta a cada uno de las que ustedes tendrán de un campo. Puedo darle arte y hacerla resonar, dar a conocer, pero ni así será la misma: es en su ingeniosa escena, pero rasguña con fuerza fragmentos de la
realidad.
Suelo pensar en el aire, cómo será el recorrido ¿será siempre el mismo? Imposible, como todo se distorsiona y será distinto.
Intensifica mi voz las ganas de eco, de tornarse más allá de su alcance. Me enloquecen los ladridos de acecho, son fieles en matar cuando me acuesto vestida esperando salir de la cama y amar.
Se alertaban suicidios entre los minúsculos temores, perdían el carácter potencial… se horrorizaba la eternidad secuestrada en algún sueño egoísta. Entonces hacíamos silencio todos y entonaban a coro el aullido del lamento, como algo efusivo y marchito lidiando con los pétalos de las begonias de la ventana esa tuya desde donde te desnudas escuchando latidos antes de caer por el precipicio de la demencia, tu mente un mar de sales gastando la orilla de cualquier
salvataje.
Una hamaca desconocida trasciende de arriba-abajo esta soledad con sol, de la que reniega este impulso de vivir, tan despierto a la noche, todas las horas dormidas sueño, siempre soñando.
Un crucigrama de escalones me lleva a la altura singular de este monte sin salida, barranco abajo y mis dientes suspendidos en una mueca de adrenalina adolescente. Los cúmulos de humo de alquitrán son sahumerios de esta distracción desvelada de la palabra. Abanico de olores que vienen hacia mi en un YO hacia ELLOS, devorados por mi nariz que sangra frente al espejo amargo de la angustia de la infancia: semilla de mi afán por destruirla, y creer que seguiré con vida. Esta es una lucha cruda de dos esclavos, pido parar. Como estatua al menos unos instantes de esta rueda de amalgamas entre alegría y perdición.
Lentamente me estiro hasta las astillas sin tocar el veneno de sus púas, y no. No me alcanzan, al menos por ahora no.
Angela Icardo.